Tengo derecho a ser mi propio juez, es decir, puedo regirme por mis propias reglas y normas aunque personas de mi entorno no las comprendan, no las compartan o no les guste…
Tengo derecho a tener mi propia escala de valores y a juzgar según ellos mis propias opiniones, deseos, sentimientos y conductas y a valorar mis objetivos como mejor me parezca. Tengo derecho a ser quien soy y a pensar como pienso, a desear lo que deseo e intentar conseguirlo, a sentir lo que siento y a actuar como yo decida…
¿Cuántas veces nos juzgamos por sentirnos de manera que creemos que no «deberíamos» sentirnos? ¿por pensar «eso» que no «deberíamos» pensar? ¿por desear lo que no «deberíamos» desear? ¿y cuántas veces nos castigamos por haber hecho lo que no «deberíamos» haber hecho?
Nada de lo que pensamos, sentimos o deseamos define nuestro valor como personas. El intento de controlarlo y la exigencia de extirparlo generan un enorme sentimiento de culpa que nos lleva al sufrimiento… en todo caso expresaré quién soy en aquello que hago y mientras en mi forma de proceder quede claro el respeto por los derechos de los demás no habrá nada reprochable en ello…
Si yo soy mi propio juez y asumo la responsabilidad de mi vida, además de tener una existencia plena dejaré de responsabilizar a los demás de mis decisiones y de mis conductas puesto que éstas son mías, las decido yo y yo asumo las consecuencias, liberándome de las exigencias de los demás y no dejándome manipular por otros, puesto que sabré que no existe ningún modelo que sea absolutamente bueno o válido para todas las personas sino que se dan infinitas opciones que podemos elegir dependiendo de las características y preferencias de cada uno de nosotros.
Soy dueño de mi vida y si la vivo según este principio lo haré en total libertad y en total responsabilidad asumiendo las consecuencias que se deriven de mis actos y que valoraré según mis principios moviéndome en las zonas templadas de los medios, sin rigidez y sin indulgencia…